Durante el Renacimiento, las cortinas se confeccionaron de tejidos ricos, se colgaron del techo y sus hojas se recogían con grandes cintas doradas que se abrían y se cerraban para permitir el paso de los transeúntes. En los dormitorios, sin embargo, las cortinas se confeccionaban de manera que cayeran en cascada. Para decorarlas aún más se emplearon bordados, flecos, apliques y guarniciones. En esta época es cuando se desarrolla el tejido estampado.
Durante el Barroco la cortina se reinventa adquiriendo formas drapeadas, conformándose de tejidos rellenos en algunas ocasiones en las que se requiere mayor privacidad, e incorporando pasamanería o bordados en oro para sus remates. Digo de estudio son los diseños franceses de los siglos XVII y posteriores, donde la cortina alcanza su mayor esplendor.
Durante el siglo XIX y como vuelta de tuerca de todo lo anterior, se confeccionan unas cortinas excesivamente cargadas y pesadas; en las que se invierten muchos metros de tela.
El Barroco transforma la cortina en un elemento preciosismo, convirtiéndola en materia prima de puestas en escena, se introduce en la escenografía de las obras de teatro y en la decoración de los palacios, organismos públicos de gran importancia en lo que a la historia se refiere, teniendo en cuenta su uso y su relevante arquitectura.
A partir de este momento, además, la cortina se convierte en un elemento más de la decoración de la vivienda, cumpliendo además su función práctica (aislante del frio y del calor). Un objetivo que se ha mantenido hasta nuestros días.
Nuestro taller está especializado en este tipo de cortinas, confeccionadas con delicadeza porque los materiales a utilizar así lo que requieren, además parte del trabajo es elaborado a mano.